Cuaderno de Bitácora, 2 de abril de 2015
Corsaria, tienes nuestro beneplácito. La solidaridad no sabe de fronteras ni entiende banderas.
Como cada jueves Laura González carga su mochila de ganas e ilusión y se encamina hacia san Quirce (Valladolid) donde se reúne con personas con Síndrome de Down. Se trata de un club, abierto exclusivamente para sus ratos de ocio, de las siete a las nueve de la tarde de lunes a viernes. Allí acuden nuestros chicos y chicas con el objetivo de "desconectar" de sus vidas cotidianas y pasar un rato agradable con sus compañeros y amigos.
Cada día hay una actividad diferente planteada (cocina, zumba, películas, asambleas para que se sientan escuchados,...). En concreto, los jueves hay manualidades y en función de la fiesta que haya el domingo (día de discoteca en el club) así se orienta la actividad. No obstante, la participación en ellas es libre y muchos se inclinan por una partida de dominó o de futbolín mientras toman un refresco, una cerveza o unas patatas fritas. Nada más lejos de lo que hacemos todos nosotros cuando quedamos con amigos en un bar.
Corsaria, tienes nuestro beneplácito. La solidaridad no sabe de fronteras ni entiende banderas.
Como cada jueves Laura González carga su mochila de ganas e ilusión y se encamina hacia san Quirce (Valladolid) donde se reúne con personas con Síndrome de Down. Se trata de un club, abierto exclusivamente para sus ratos de ocio, de las siete a las nueve de la tarde de lunes a viernes. Allí acuden nuestros chicos y chicas con el objetivo de "desconectar" de sus vidas cotidianas y pasar un rato agradable con sus compañeros y amigos.
Cada día hay una actividad diferente planteada (cocina, zumba, películas, asambleas para que se sientan escuchados,...). En concreto, los jueves hay manualidades y en función de la fiesta que haya el domingo (día de discoteca en el club) así se orienta la actividad. No obstante, la participación en ellas es libre y muchos se inclinan por una partida de dominó o de futbolín mientras toman un refresco, una cerveza o unas patatas fritas. Nada más lejos de lo que hacemos todos nosotros cuando quedamos con amigos en un bar.
Recuerdo
que al principio iba con miedo y un poco reticente, pues no sabía lo que me iba a encontrar ni si sabría reaccionar ante ello, pero
enseguida estas personas me mostraron su lado más cariñoso y amable y la
ilusión que les hizo conocerme se me contagió, convirtiéndose en una de las
mejores experiencias de mi corta vida.
Generalmente
cuando la gente va por la calle y se cruza algún discapacitado, tiende a evitar el cruce de miradas o incluso, en el peor de los casos, suele mirarla
con desprecio o reírse de ella. Es por ello que cuando tienes la gran
oportunidad de compartir un tiempo con ellos descubres que en su mundo no existe la
maldad, que sus problemas superficiales se asemejan bastante a los nuestros,
que su mentalidad se parece mucho a la de los niños pero a veces te
sorprendería su sensata forma de ver la vida, que son amabilísimos,
cariñosísimos y muy agradecidos, que las cosas les afectan de un modo especial
y que saben hacerte sentir incluso mejor de lo que tú les haces sentir a ellos.
Ahora
espero ansiosa a que llegue el jueves para ir al club a reírme con ellos, a acompañarles, darles el mismo cariño que me dan ellos y
relativizar esos problemas que a veces nos ocupan toda la mente de forma
injusta y egoísta.
Muchas veces sería más correcto decir que los voluntarios son ellos y no yo, ya que me ayudan a valorar las pequeñas cosas que nos da la vida.
Muchas veces sería más correcto decir que los voluntarios son ellos y no yo, ya que me ayudan a valorar las pequeñas cosas que nos da la vida.
Laura González, segunda por la derecha. |
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